Hoy nos parece natural ver mujeres al mando de aviones comerciales, deportivos e incluso militares. Pero hace un siglo, volar era un privilegio masculino y la aviación, un territorio reservado para varones audaces. En ese escenario, Carola Lorenzini rompió todos los esquemas. Con un coraje inquebrantable y un sueño más grande que cualquier límite impuesto, se convirtió en la primera aviadora argentina alcanzando reconocimiento nacional, marcando la historia de la aeronáutica.
Carola nació el 15 de Septiembre de 1899 en La Plata, en el seno de una familia humilde que jamás imaginó que su hija desafiaria el sistema patriarcal de una forma tan particular. Su juventud transcurrió trabajando como telefonista y mecanógrafa, empleos considerados habituales para las mujeres de la época. Pero su verdadera vocación surgió de un impulso inusual: el deseo de volar. A inicios del siglo XX, la aviación era sinónimo de aventura, audacia y riesgo; y Carola estaba dispuesta a pagarlo todo por cumplir ese sueño.
Con una determinación feroz, comenzó a frecuentar aeroclubes bonaerenses, donde observaba a los pilotos con fascinación y estudiaba cada maniobra. Vendió sus pertenencias, ahorró el dinero y soportó burlas y prejuicios para pagar sus primeras horas de vuelo. Finalmente, en 1933 obtuvo su licencia de piloto, desafiando los estereotipos de una sociedad que aún debatía si las mujeres podian siquiera conducir un auto.
Desde ese día, Carola no solo voló: conquistó el aire. Participó en competencias aéreas, realizó vuelos acrobáticos y logró un hito histórico el 11 de diciembre de 1935, cuando batió el récord sudamericano de altura, alcanzando los 5.500 metros en su avión De Havilland Gipsy Moth. Este logro le dio notoriedad y la convirtió en símbolo de audacia femenina en tiempos en que los límites para las mujeres parecían inamovibles.
Pero su historia no se limita a los récords.
Carola fue una ferviente promotora de la aviación en todo el país. Recorrió provincias dictando charlas, enseñando técnicas de vuelo y alentando a otras mujeres a acercarse a este mundo, convencida de que la aviación no debía ser exclusiva de los hombres. Se convirtió, sin proponérselo, en un ícono feminista: su simple presencia en los cielos era un acto de rebeldía frente a las normas de género para aquellos que ya en esa epoca nombraban el “feminismo” con desden.
El 23 de noviembre de 1941 en Mendoza, la tragedia la sorprendió durante una exhibición en el festival aéreo de Los Tamarindos. Su avión cayó en picada mientras realizaba una acrobacia. Murió al instante a los 42 años, su muerte conmovió al país, aquella mujer que había domesticado el viento y burlado la gravedad se convertía en una leyenda.
Hoy cuando vemos despegar un avión comandado por una mujer, hay algo de Carola en esos controles. En cada niña que sueña con volar, late el espíritu indomable de quien construyó su propia pista en medio de la nada. Carola Lorenzini no sólo elevó su avión, elevó la bandera de la igualdad, demostró que el cielo es un espacio para todos. Y ese vuelo, el más importante de todos, sigue surcando la historia.



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