En una Argentina donde hoy miles de mujeres litigan y ocupan cargos en el Poder Judicial, resulta difícil imaginar que el derecho era un territorio prohibido para nosotras. Durante décadas, los ambitos legales fueron dominios exclusivamente masculinos, sostenidos por prejuicios sexistas; como que la razón, la justicia y la ley no eran “propias del sexo femenino”. Pero hubo una mujer que se animó a cuestionar ese mandato, fue María Angélica Barreda, la primera mujer egresada de abogacía en Argentina.
Nació en 1887 en La Plata, en una familia que valoraba la educación de sus hijos. Desde pequeña, María Angélica mostró una curiosidad intelectual que desafiaba el mandato doméstico reservado a las mujeres de su tiempo. Terminó la escuela normal, pero no se conformó con ser maestra: soñaba con la abogacía.
Cuando en 1906 solicitó su ingreso a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, su sola inscripción fue un hecho disruptivo. Aunque no existía una ley que prohibiera expresamente el acceso femenino, la cultura jurídica se sostenía sobre una certeza: “la mujer carece de aptitud y autoridad moral para ejercer la defensa judicial”. A pesar de la hostilidad, María Angélica avanzó. Cursó sus estudios con excelencia, rodeada de compañeros y profesores que dudaban de su capacidad.
En 1910, en el contexto del Centenario de la Revolución de Mayo, María Angélica Barreda se graduó como la primera mujer abogada en la historia argentina. Ese diploma no fue un simple título, sino un enfrentamiento directo a un sistema que pretendía relegar a las mujeres a la vida familiar.
Pero, aunque Maria Angelica no lo supiera, la verdadera lucha aún no había comenzado.
Cuando solicitó su matrícula profesional ante el Colegio de Abogados, la respuesta fue un rotundo “no” basado en que la ley no contemplaba a la mujer como sujeto capaz de ejercer el derecho. María Angélica no se resignó. Presentó un recurso judicial que escaló hasta la Corte Suprema de Justicia, su fallo fue clave ya que estipulaba que nada en la legislación impedía que una mujer ejerciera la abogacía.
Con esa sentencia, María Angélica no solo obtuvo su matrícula: rompió el cerrojo legal que mantenía a las mujeres fuera de los estrados. Su victoria abrió el camino para generaciones enteras de abogadas y sentó un precedente clave en la igualdad profesional.
A lo largo de su vida, Barreda ejerció con compromiso y fue un faro para el feminismo que, en esos mismos años, debatía el derecho al sufragio y a la igualdad civil. Su logro coincidió con un país que oscilaba entre modernidad y conservadurismo, y su figura realzo la posibilidad real de que las mujeres participaran en la construcción de la justicia.
María Angélica Barreda murió en 1963, a los 76 años, dejando tras de sí un cimiento jurídico y cultural sobre el que hoy se asienta la igualdad en la profesión. Hoy, cuando más del 56.7% de las matriculadas en Derecho son mujeres, recordemos que hubo una pionera que con convicción, le abrió la puerta de la justicia a todas.



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